En pleno Algarve se encuentra la villa de Lagos, importante centro naval durante la época de los Descubrimientos y centro turístico de primer nivel durante el verano. Desde aquí, y siguiendo la ruta que nos marca la EN 125, descubrimos playas con bandera azul, que nos sirven de antesala para llegar al cabo de San Vicente, un lugar donde contemplar el ocaso es una experiencia inolvidable.
En la orilla derecha de la desembocadura del río Bensafrim se eleva Lagos, una de las ciudades más bellas del Algarve. Andando entre las ruinas de sus murallas se descubre la importancia que en su día tuvo esta villa, con su fuerte militar y sus innumerables iglesias, entre las que destaca especialmente la de San Antonio, cuyo interior está cubierto de azulejos y de talla dorada. Tal es la belleza de este templo, construido en el siglo XVIII, que los lugareños afirman que es la iglesia más bella de todo Portugal.
Antes de abandonar Lagos conviene que crucemos el río Bensafrim para darnos una vuelta por la Marina, que es el puerto deportivo y centro de la movida nocturna de la villa. Desde aquí cogemos la carretera que nos lleva hasta el faro, desde donde divisamos unas espléndidas vistas de la Ponta da Piedade. A la izquierda se extiende la bahía, mientras que a la derecha las playas de Porto de Mós y de la Luz se pierden en el horizonte.
La EN 125 nos lleva desde Lagos hasta Vila do Bispo, pasando por pequeñas aldeas que parecen perdidas en la noche de los tiempos, aunque no dejan de mirar con orgullo al mar. Al llegar a Budens, dejamos por un momento la carretera nacional para coger el camino rural que va hasta Salema. Desde esta pequeña aldea, tenemos acceso a las playas de Salema y Zavial, donde ondean sendas banderas azules.
De vuelta en la EN 125, entre Budens y Raposeira, encontramos la pequeña ermita gótica de la Virgen de Guadalupe, que nos avisa ya de la proximidad de Vila do Bispo. Una vez llegados a esta población, tenemos dos opciones para disfrutar del mar en todo su esplendor.
La primera opción es tomar la EN 268, que baja hasta Sagres, atravesando el Parque Natural del Sudoeste Alentejano y Costa Vicentina. Cuatro kilómetros antes de llegar a Sagres podemos ver, a la izquierda de la carretera, las grutas del Monte Francés. Y en Sagres es de visita obligatoria el Promontorio Sacro, donde los acantilados caen furiosamente en picado al océano. Una pequeña carretera, que bordea la preciosa ensenada de Beliche, nos lleva hasta el cabo de San Vicente, donde, según dijeron los romanos, el sol hace hervir el mar cada tarde. Y es que las puestas de sol aquí son maravillosas... Mientras tanto, el faro del cabo, con sus 62 metros de altura, pierde su luz millas adentro en el Atlántico.
Otra opción muy recomendable desde Vila do Bispo es coger la pequeña carretera que encontramos a la entrada del pueblo, viniendo desde Sagres, para llegar a las playas de Castelejo y Cordoama. Son “oasis” en medio de la costa vicentina, donde los acantilados son violentamente masacrados por las aguas atlánticas.